Su esposa Clara Medina rompe el silencio tras su muerte en Pollo Loco; era padre de dos hijos y vivía para darles lo mejor
Cuando Rodolfo Martínez salió de casa esa mañana para trabajar en Pollo Loco, no imaginó que sería la última vez que vería a su esposa e hijos. Murió cumpliendo su deber, haciendo lo que mejor sabía: trabajar con entrega, sin quejarse, siempre pensando en el bienestar de su familia.
Clara Medina, su esposa, cuenta que Rodolfo no tenía vicios, no fumaba, no tomaba. Su único hábito era el trabajo. Tenía dos hijos, una niña de 11 años y un pequeño de apenas 2. Su vida giraba en torno a ellos. “Todo lo que hacía era por su familia”, dice.
Originario de Veracruz, Rodolfo vivía en Monclova desde hace años. Allí conoció a Clara y formó un hogar. Era un hombre de valores, humilde, de pocas palabras, que nunca presumía. Prefería gastar en su familia que en él. “No usaba ropa de marca, ni perfumes. Solo quería darnos lo mejor”, recuerda Clara.
Durante los últimos años, Rodolfo trabajó como contratista en construcción. No tenía título universitario, pero era brillante. Aprendía solo, desde el celular, y solucionaba cualquier cosa. Le gustaba cotizar obras, diseñar, construir y dejar todo impecable. “Yo lo ayudaba con las cotizaciones, pero todo lo entendía él primero”, dice su esposa.
Su relación con Pollo Loco comenzó hace tres años. Ahí construyó bardas, estacionamientos y daba mantenimiento general. Una de sus tareas recurrentes era limpiar un drenaje de grasa, cada mes y medio, por las noches, cuando no había clientes. Siempre llevaba su equipo y lo hacía con cuidado extremo.
El accidente ocurrió cuando, según Clara, le ocultaron información vital. Ese día, el drenaje contenía químicos y bacterias peligrosas. Rodolfo no fue advertido. Aunque era muy cuidadoso, esa sustancia terminó por provocarle la muerte. “No fue imprudencia, fue omisión de los que sabían lo que había ahí”, asegura Clara.
La pérdida ha sido devastadora. Rodolfo era el centro de su hogar. Su hijo menor lo recibía feliz cada noche. “Aunque llegara cansado, jugaba con ellos. Era el mejor papá, el mejor esposo”, dice Clara con voz quebrada. “No entiendo por qué se nos fue alguien tan bueno”.
Sus compañeros también lo recordaron con cariño. Nunca fue de tomar con ellos, pero les llevaba refrescos y siempre se portaba generoso. Su madre ya había fallecido, pero su padre y toda su familia viajaron desde Veracruz para despedirlo. En casa, quedó una familia rota y dos niños sin su héroe.

En su última mañana, Rodolfo revisó una cotización, la envió por mensaje a Clara, y se marchó a trabajar. Lo que parecía una rutina más, acabó en tragedia. Hoy, sus pertenencias —celular, cartera y el dinero que llevaba— son lo único que regresó de ese último día.
Clara no busca solo consuelo; también quiere justicia. Su esposo murió en circunstancias que pudieron evitarse. La historia de Rodolfo no es solo la de un hombre que trabajó sin descanso, es también la de una muerte que deja preguntas, dolor y el recuerdo de una vida vivida con amor y propósito.